Paladar es un lugar distinto. Uno pone un pie dentro, y lentamente se van dejando de escuchar los ruidos de la calle para adentrarse de lleno en un mundo nuevo que te atrapa desde el principio. Las luces de las velas te conducen por las escaleras hacia un espacio muy ameno, con excelente decoración. Si tienen la suerte que tuvimos nosotros, pueden tener la comodidad de disfrutar la velada en un sillón frente al hogar a leña, muy recomendable en una fría noche de invierno como la que nos tocó.
Ivana y Pablo se encargaron de darnos a nosotros y a las otras 15 personas presentes una atención de lujo y muy personalizada. Incluso ella, con varios meses de embarazo a cuestas, no pareció descansar un segundo: genia total. Él es chef profesional y pastelero, mientras que ella, de Trenque Lauquen, llegó a la capital haciendo un poco de todo hasta que logró encontrar su vocación y verdadera pasión en el vino pudiendo ser hoy una gran sommelier. Y todo lo buenos que son, se puede ver en lo que nos ofrecen y el modo en que lo hacen.
Llegamos bastante hambrientos sabiendo que iba a ser una noche larga, y les podemos asegurar que no dejamos ni sola miga en los platos (y créannos que ya los últimos bocados costaron, pero fueron de hermosa gula).
Empezamos con ricos panes caseros, unos grisines con oliva sumamente particulares (vayan para verlos, no sabíamos si se podían comer o eran decorativos), unos chipás calentitos y para acompañar un queso con ciboulette perfecto. Dijimos de no llenarnos…pero devoramos la panera íntegra.
Ahora sí: llegó el aperitivo, acompañado de un Campari con jugo de naranja que encantó. Pablo llegó con los amuse-bouche (una gran cuchara para comerlo de un solo bocado) cargados de un calamaretti relleno de humus de la hostia. Fue raro, sencillo, pero sumamente interesante.
Los platos y los vinos llegaban con el tiempo justo. No te atragantaban ni te hacían esperar, el tiempo ideal para charlar un poco de ellos y cada tanto dejarse hipnotizar por los leños resquebrajándose en el hogar.
Se aparece Ivana con un Sotano Chardonnay 2011, nos lo presenta, charlamos un poco, y a los pocos minutos llegó Pablo con una sopa de remolacha sobre la que descansaba un pan casero con aceitunas negras incrustadas y una crema de lima acompañándolo. Podrán imaginar el contraste de sabores, así como también lo delicado del plato, no era una bomba que ya te dejaba turulo para el resto de la cena, la cosa venía creciendo y lo hacía de una manera genial que no paraba de sorprendernos. Yo, Ezequiel, por mi parte jamás hubiera esperado que una sopa de remolacha me hubiese gustado tanto, realmente vale la pena ir a probarla, es muy muy rica, ¡y todo iba perfecto con el Sotano!
Pero bueno, ya que estábamos en exquisitos, íbamos a seguir con el juego. No nos iban a convencer tan fácil, se venía lo importante: el plato principal. Al ver aparecerse la bondiola de cerdo braseada, con vegetales y puré de batatas y vainilla, morí. Nada revolucionario dirán, pero es mi plato preferido, y para colmo al probarlo me siguió sorprendiendo. Una salsa cítrica estaba oculta debajo de la carne y del puré, resaltando el plato por completo. Realmente fui feliz durante esos pocos minutos que me duró la bondiola.
No nos olvidemos del Primogénito Merlot 2009, con la nota de roble justa para acompañar el plato. Lo que sí, no podíamos descubrir a qué nos recordaba en nariz, y al planteárselo a Ivana, nos trajo una caja muy particular: 20 frasquitos con distintos los distintos descriptores aromáticos del vino nos esperaban para competir entre nosotros. Realmente un acierto dejarnos jugar mientras esperábamos el postre. Varias carcajadas, discusiones (en especial el frasquito de pimienta que nos sigue pareciendo jengibre). Más allá de la diversión es una buena manera de entrenarse: ver como los olores son sutiles y tal vez no tan parecidos, sino más bien que te hacen acordar a la fruta o especia en cuestión. Realmente no pensamos irnos esa noche sabiendo cómo olía el ananá en el vino.
Y bueno, así es este lugar, hasta el postre traía sorpresa: un prepostre, ideal para los que se ponen ansiosos antes del postre. Era, en esta ocasión, un sorbete de jengibre y menta, que nos gustó mucho.
Finalmente, llegó ella: la creme bruleé. Estabamos un poco tristes porque sabíamos que era el último plato, bastante llenos también, pero con una gran sonrisa en la cara. ¡Ah!, demás está decir que estaba espectacular. Y para acompañar el dulzor, una pequeña copa de Ciclos Malbec Cosecha Tardía 2010, de Bodega El Esteco.
En resumen, para ser claros y concisos, Paladar es ES-PEC-TA-CU-LAR. Ideal para ir en pareja, por el ambiente ultra-romanticón que genera la luz tenue, aunque no exclusivo para los enamorados. La comida de Pablo es perfecta, del verbo orgasmo-culinario. La simpatía de Ivana a la hora de presentar los vinos y aclarar todas tus dudas respecto a ellos, inspiradora. Un restaurant a puertas cerradas (¡pero con las puertas más que abiertas!) para ir, volver, recomendar y volver a ir.
Por Ezequiel Martínez Wagner (@ezequiel_ wagner) y Milena Rivero Segura (@Milelandia)
Datos de contacto:
Paladar Buenos Aires
http://paladarbuenosaires.com.ar/
15 5797 7267
Recomendación: el menú varía todas la semanas, así que lo mejor es chequear en la página web o suscribirse al menú semanal así se tientan!

Si quieren tener más información sobre la caja de aromas que vieron en Paladas Buenos Aires: http://www.aromasdevino.com.
Saludos!
Muchas gracias por el dato Marcela